A medida que se normaliza el dólar y se aquieta la inflación, algo no termina de encajar en la ecuación económica argentina: el consumo interno da señales de alerta. No es un detalle menor. En un país donde el gasto privado representa más del 70% del PBI, cualquier desaceleración tiene impacto directo en la dinámica general.
Desde agosto de 2025, el gobierno argentino logró domar algunas variables clave. El dólar oficial y financiero se movieron menos que en años anteriores, y la inflación mostró signos de desaceleración sostenida. La macro, a primera vista, parece dar espacio para un rebote. Sin embargo, los números de consumo cuentan otra historia.
Un escenario de estabilización sin tracción
Según datos recientes del INDEC, las ventas en supermercados cayeron 3,2% interanual en septiembre, mientras que en shoppings retrocedieron 2,8%. Aun en contextos con inflación menor al 7% mensual, los consumidores no recuperan la confianza. En parte, porque el salario real sigue sin recomponer los golpes acumulados en 2023 y 2024.
El dato más crítico lo dio la CAME: el consumo minorista cayó 5,4% en octubre y 4,1% en noviembre. Se espera que diciembre repita la tendencia. Este freno, que empezó como un fenómeno en bienes durables, ya se siente también en alimentos, indumentaria y servicios.
Todo indica que el primer trimestre de 2026 será de bajo dinamismo. Si bien algunas consultoras proyectan cierta reactivación desde el segundo semestre, dependerá de dos factores: una recuperación clara del ingreso disponible y una baja sostenida de la inflación. De no ocurrir, incluso con estabilidad cambiaria, el consumo puede seguir retrocediendo.
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