Europa no se construye solo con ideas, también con chips. La prosperidad tecnológica del continente depende de un recurso estratégico que hoy es más valioso que nunca: los semiconductores. Desde Bruselas se impulsa una política activa para asegurar que la producción y el suministro de estos componentes críticos no quede exclusivamente en manos de Asia o Estados Unidos.
La Comisión Europea ha subrayado que contar con fábricas locales de chips no es solo un asunto industrial, también es un factor de seguridad económica y geopolítica. En consecuencia, el llamado Chips Act busca movilizar más de 43.000 millones de euros hasta 2030 con el objetivo de que la región duplique su cuota de mercado global en este sector.
Semiconductores como motor de competitividad
La competitividad tecnológica europea pasa directamente por garantizar la disponibilidad de semiconductores. Sectores estratégicos como la automoción, la energía renovable y la inteligencia artificial dependen de ellos. Además, compañías europeas han comenzado a escalar proyectos de I+D que apuntan a chips más eficientes y sostenibles, capaces de reducir consumo energético sin sacrificar potencia.
Por otro lado, gobiernos nacionales como Alemania, Francia y España compiten por atraer inversiones que fortalezcan su capacidad de producción. Se han anunciado plantas que superan los 15.000 millones de euros en inversión inicial, con un impacto directo en empleos cualificados y cadenas de valor locales.
Un dato que marca la magnitud de este desafío: solo en agosto de 2025 la demanda global de semiconductores creció un 22 por ciento frente al mismo mes del año anterior. Esta presión confirma que Europa necesita acelerar sus inversiones para no quedar rezagada.
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