La historia de Telefónica en México no terminó por el costo del espectro, aunque ese haya sido el titular fácil por años. Su salida fue el resultado de un cúmulo de decisiones, entornos dispares y una cancha que nunca estuvo pareja. El mercado mexicano no perdona errores ni estrategias sin adaptación local, especialmente cuando un gigante extranjero se enfrenta a un operador preponderante con dominio estructural.
Durante más de dos décadas, Telefónica intentó posicionarse en el país. Adquirió Pegaso, operó bajo la marca Movistar y se mantuvo en el top tres de operadores móviles. Sin embargo, el dinamismo que impulsa a las startups no alcanzó a permear en una estructura corporativa que, aunque potente, no logró moverse con la agilidad del mercado mexicano.
La palabra clave: competencia
El entorno regulatorio en México prometía nivelar el terreno, pero terminó favoreciendo al dominante. La figura del “agente económico preponderante” sonó bien en el papel, pero los incentivos reales para competir nunca llegaron. La portabilidad, la compartición de infraestructura y las obligaciones asimétricas no fueron suficientes. Telefónica se quedó esperando una cancha más justa que nunca se dibujó del todo.
Además, mientras América Móvil mantenía su músculo financiero y su red propia, Telefónica tuvo que rentar capacidad a AT&T. Esa dependencia, sumada a la falta de condiciones que promovieran inversión de largo plazo, volvió insostenible su operación. El problema no fue el precio del espectro, fue la estructura del juego.
México sigue siendo un mercado atractivo, pero no para todos. Las condiciones que expulsaron a Telefónica también frenan a nuevos entrantes. La innovación, la competencia y el acceso digital se ven afectados cuando el mercado se cierra en lugar de abrirse.
Si quieres profundizar más, revisa: La nueva generación de startups












